Antes de que todo acabara, de que
su cuerpo bailara con el viento en forma de cenizas, solo media sonrisa y un
leve destello de cordura, consciente de que cuando terminara de repasar cada
momento de su vida el reloj volvería a contar los segundos, y tendría que
cerrar sus ojos para siempre.
Recorrían el callejón de vuelta
al orfanato, dando tumbos, sostenidos sobre los hombros del otro. Eran las 6 de
la mañana y el sol aún no había querido despertar, parecía que le daban miedo los siniestros
edificios que custodiaban la ciudad. Demasiado alcohol y compuestos que
formaban las pastillitas de colores corrían por sus venas. Pero en aquel
momento solo podían reír y cantar, la vida ya había sido demasiado dura con
ellos como para lamentarse una noche más. –Tenemos que cambiar este mundo de
mierda Antonio- Dijo Fernando, mientras golpeaba de una fuerte patada una
papelera llena de basura en un lateral del callejón. -¿Y cómo vamos a cambiarlo
dos críos recién ascendidos a mayores de edad, Fernando? ¿Tienes algún plan
genial?- Contestó Antonio riendo. De repente algo llamó la atención de los dos.
De la papelera que acababa de caer al suelo se había salido un viejo folio en
blanco que brillaba con una luz especial. Se acercaron y contemplaron
incrédulos como iban apareciendo unas letras rojas en las que se podía leer:
“Solo uno de los dos escribirá aquí su nombre, solo uno vivirá. Los
caminos del azar son caprichosos. Puede que el loco dé cordura a un mundo a
punto de explotar”
Creyeron estar bajo algún tipo de
efecto secundario que los hacía delirar, pero las letras se borraron de repente
y ambos sintieron una enorme corriente que destrozaba y amordazaba de dolor
todas las partes de su cuerpo, atrayéndolos con fuerza hacia el centro del
papel. Fernando estaba delante, empezó a flaquear y quiso dejarse ir, pero
entonces Antonio agarró fuertemente su mano, en un gesto inconsciente de
lealtad hacia su amigo. Una última racha separó sus manos y Fernando
desapareció. Allí no había nada ni nadie. El sol empezó a divisarse al final
del callejón. La vida volvía a brotar, zapatos y trajes como adoquines cubrieron
las aceras.
30 años después…
Las glándulas suprarrenales de su
cuerpo estaban trabajando al máximo, generando la mayor cantidad de adrenalina
que podía soportar. Habían pasado un par de años desde que regresó de Tanzania,
donde despertó completamente amnésico cuando tenía 18 años. Vivió perdido en un
país donde todos se giraban a mirarlo, y la única ley estaba en la calle.
Todavía no sabía cómo había conseguido sobrevivir. Contempló cosas horribles, niños
muriendo por desnutrición, batallas campales en las que salir corriendo era la
única alternativa a acabar muerto de un machetazo en la cabeza, odio,
destrucción…. Llegó a pensar que estaba en el infierno del que hablaba la
sagrada Biblia. Pero todo aquello le había hecho más fuerte psicológicamente.
Ahora entendía el mundo de otra manera, veía con claridad. Cuando regresó a
España en el año 2021, con la esperanza de un mundo mejor, encontró un país
viejo y cansado, en donde la corrupción era una forma de vida. A las familias
se las obligaba a dejar sus casas vacías y vivir en las calles, desahuciadas, y
los banqueros y políticos lo controlaban todo, arruinando a la sociedad con
impuestos que eran desviados a paraísos fiscales. Acomodó mejor su cuerpo al
muro de la azotea del alto edificio y reposó sobre él el rifle francotirador.
Puso el ojo en la mirilla y apretó tres veces el gatillo.
El despertador sonó a las 7 y
media, como cada mañana. Antonio se levantó y se dirigió al baño para lavarse
la cara. Unas pequeñas arrugas bajo sus ojos amenazaban con profundizar aún
más. Bajó a la cocina para preparar su desayuno y el de su hijo pequeño, que
aún dormía. Hacía un par de meses que le habían despedido de su trabajo en la
central de ferrocarriles. El motivo eran los recortes y la antigüedad. Querían
nuevo personal cualificado que estuviera familiarizado con las últimas tecnologías
y cuyo sueldo pudiera negociarse. Encendió la televisión para ver las noticias
de la mañana. Los titulares de todas las cadenas mostraban el asesinato
múltiple de dos altos cargos políticos y de un dirigente de la banca española
mientras entraban a un lujoso restaurante del centro de la ciudad. Con ellos
hacían ya seis asesinatos en el último mes. Al parecer un asesino en serie, al
que habían tardado poco en ponerle el mote de “El Cazador”, estaba terminando
con la vida de personas influyentes del país. En las manifestaciones continuas
que se producían en las calles se dejaban ver pancartas con su nombre. Mucha
gente veía en él una esperanza, una especie de salvador.
Era 24 de diciembre, así que
decidió aparcar sus currículums y simplemente salir a dar un paseo. Mientras andaba
sobre las hojas caídas, entre los árboles vestidos con luces de navidad del
parque de su barrio, pensó en ese loco cazador de ladrones y extorsionadores, y
le vino a la cabeza aquella mañana de 1993. La frase de Fernando diciéndole que
tenían que cambiar el mundo. Nadie le creyó cuando contó lo que había ocurrido,
incluso le culparon de su desaparición y le expulsaron del orfelinato. –Si
estuvieras aquí Fernando, serías el primero en salir a la calle con una
pancarta, y el primero en la línea de fuego de las balas de goma- pensó, con
una sonrisa triste.
La policía seguía la pista del
delincuente. Encontraron el arma en la azotea, pero a diferencia de otros
asesinos en serie, éste no dejaba nada que pudiera indicarlos dónde o de qué
manera se produciría el siguiente ataque. Era un auténtico quebradero de cabeza
para los agentes de la ley, y los altos cargos empezaron a temblar. La presión
de la gente era cada vez mayor, y la sombra de “El Cazador” empezaba a pesar
con fuerza sobre sus espaldas. Parecía que aquella navidad iba a ser más
tranquila para las familias que tenían
que dormir arropadas por cartones y plásticos en las calles que para aquellos
que disfrutaban de grandes lujos y comodidades. Se habían cancelado la mayor parte
de las reuniones institucionales y el estado de alerta estaba declarado. Solo
el presidente se reuniría unas horas antes de que acabara el año con el Rey de
España en la Zarzuela. Sabían que estaban en el ojo del huracán del asesino,
así que se extremaron las medidas de seguridad. La reunión discurría según lo
previsto. Se tratarían temas de estado de suma importancia, por lo que, tras
un largo almuerzo en el que se buscaba transmitir total normalidad, el
presidente y el Rey entraron en un despacho apartado para proseguir con sus
asuntos. La prensa esperaba a las puertas, con varias cadenas conectando cada
cierto tiempo en directo. Y como todos pensaban, aunque nadie se hubiera
atrevido a decirlo, algo sucedió. Las emisiones se interrumpieron y un hombre
adulto, sentado en un lujoso sillón, vestido con un elegante traje de camarero,
apareció en las pantallas lanzando un mensaje:
“A todas las familias que sufrís
cada día por no poder alimentar a vuestros hijos, por no poder dejarles soñar
con que este año sí que han sido buenos y van a venir los Reyes Magos, a todos
aquellos que sois víctimas del engaño y la corrupción, que os ha dejado sin casa,
si trabajo, y sin futuro. Sé que a muchos de vosotros ya no os quedan ganas de
vivir. No puedo hacer que todo empiece otra vez de cero, pero quiero dejaros un
regalo esta navidad. Siempre soñé con cambiar las cosas, siempre quise ver “un
mundo ideal”. Espero que vosotros podáis verlo algún día por mi”
Antonio se levantó de la silla de
un salto. Acababa de escucharse una explosión y el suelo había temblado
fuertemente durante unos segundos. No sabía que había ocurrido. Abrió la puerta
de su casa y puso los pies en la calle. La gente corría como loca, asustada.
Alguien gritó: ¡Ha estallado una bomba en la Zarzuela! No podía creer lo que
estaba escuchando. ¿Quién había sido capaz provocar semejante atentado? El
corazón latía fuertemente en su pecho, acelerado ante la perplejidad de la
situación. Estaba conmocionado, con los ojos muy abiertos. Inconscientemente
bajó la vista hacia el suelo. Por debajo del felpudo sobresalía una vieja hoja
de papel. Una fuerte ráfaga inundó su cuerpo justo antes de cogerlo, con las
manos temblorosas. Lo abrió y contempló atónito las dos palabras que había
escritas en una tinta del color de la sangre.
“Fernando Expósito”
No hay comentarios:
Publicar un comentario